El escenario nos proponía un espacio de trabajo reducido, y había que buscar la síntesis del mundo de Pacheco; ese artista que poco tiene en su presente, que lo mucho que supo alguna vez tener (amor, familia, profesión, vocación) fue en un pasado perdido en su memoria, en la de su hijo y en la engañada fantasía de la Nidya Catá.
Por eso, pocos elementos pero simbólicos. Botellas de vino, el banderín del club de futbol, la foto de Maradona, el mapa con las rutas para las giras, y los afiches testigos de su pasada gloria artística.
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